Basada en una idea original, Nora Garret escribió el guion del más reciente thriller de Luca Guadagnino. Su historia contiene todos los ingredientes para atraer al público: Alma Imhoff (Julia Roberts), profesora de filosofía en Yale, descubre que una de sus alumnas más brillantes, Maggie (Ayo Edebiri), fue víctima de abuso por parte de uno de sus amigos más cercanos y también colega, el profesor Henrik “Hank” Gibson (Andrew Garfield).
Con un reparto de ese nivel, un tema que invita al debate, música compuesta por Trent Reznor y Atticus Ross, y bajo la dirección del realizador de Challengers y Call Me by Your Name, el resultado prometía ser interesante. Sin embargo, la ejecución termina presentando una serie de personajes, situaciones y diálogos que parecen no tener fin y solo generan confusión. En un momento de la trama, uno de los personajes dice: “No metas a Proust en esto” (en referencia al novelista francés del siglo XIX), y uno como espectador lo agradece, porque las conversaciones entre intelectuales de Yale no son precisamente lo que se espera ver en un thriller, a menos que se trate de una comedia del estilo Knives Out —que Cacería de brujas claramente no es—.
El tema, por naturaleza, es uno que genera controversia, especialmente cuando existen líneas tan delgadas que fácilmente pueden cruzarse y convertirlo en un “Él dijo vs. Ella dijo”. Sin embargo, Guadagnino no busca tomar una postura —y sorprendería si lo hiciera—. El director italiano suele explorar historias donde lo simple se transforma en un viaje emocional y visual que atrapa al espectador, pero en Cacería de brujas los personajes no contribuyen a ello. Todos son imperfectos, lo cual podría enriquecer la narrativa y darles profundidad, pero esas imperfecciones carecen de un punto de conexión con el público.
El guion de Garret mantiene como eje central la historia del abuso, aunque a su alrededor orbitan otros temas que nunca llegan a desarrollarse por completo, muchos de los cuales incluso habrían funcionado mejor como argumento principal. Es como si Guadagnino nos invitara a probar distintos sabores de helado —algunos más interesantes que el original—, pero sin permitirnos elegir ninguno.
Otro elemento que termina afectando el ritmo es la música de Reznor y Ross, colaboradores habituales de Guadagnino. El score es hipnótico y transmite perfectamente la tensión y el suspenso que acompañan la trama, pero ese mismo tono, combinado con personajes difíciles de empatizar, genera una atmósfera pesada y densa. En lugar de involucrarnos con lo que viven los protagonistas, nos impulsa a desear que la historia llegue pronto a su desenlace.
Aun así, es digno de celebrar que Cacería de brujas haya llegado a la pantalla grande: una propuesta adulta, con temas relevantes en la conversación actual. Quizá sea momento para Guadagnino de pisar el freno y tomarse un respiro, porque en otro contexto Cacería de brujas habría sido un thriller del que todos hablarían. Esta vez, lamentablemente, los únicos que hablaron fueron los protagonistas. Y, por fortuna, no metieron a Proust en la conversación.